Al llegar al parque, obviamente ya no había ningún lugar disponible en la sombra, así que nos sentamos rayando el sol y nos pusimos a pensar para qué sirve el dinero, para qué trabajar de lunes a viernes si vamos a pasar el fin de semana sudando la gota gorda.
Mientras más conversaciones uno sostiene con colegas, más se va uno amargando. Y como no se toca ningún otro tema, uno empieza inconscientemente a pensar que la única variable importante en la vida es “desarrollo profesional” y que la función de la vida es maximizar dicha variable.
Hablábamos de lo idílico que era el lugar y caminábamos despacio, tratando de absorber el paisaje con la mente en un estado zen de comunión con nuestro único planeta.
Y de pronto, como un homúnculo, como una estatuilla diabólica, como en un cuento de Raymond Carver: el cartel.
Caminante, ese es el camino. Un buen día, probablemente entre los 35 y 45 años, uno despierta y siente que algo no anda bien. Inicialmente uno cree que es el deseo de mejorar. La estrella de la virtud es nuestra guía.
Diversificar es saber que todos, en donde quiera que estén, eventualmente experimentarán contratiempos, frustraciones, decepciones. Y es estar preparado para esos reveses con las herramientas adecuadas y con la mente clara.