Un personaje de Dostoyevsky

Descripción contundente, inclemente, pero precisa. De nuestra colección de obras completas publicadas por Editorial Aguilar, traducción directa del ruso al español de Rafael Cansinos Assens, quien fue maestro de Jorge Luis Borges.

Polzunkov (1848)

... mejor dicho, era él mismo tan sensible al magnetismo de las miradas que le dirigían, que, en seguida que uno se detenía a mirarle, adivinaba que iba a convertirse en su observador y a tratar de analizar, intranquilo, el secreto de aquellos sus ojos. Por su continua movilidad y su eterno revolverse a uno y otro lado, se semejaba, de un modo notable y positivo, a una veleta. ¡Cosa rara! A juzgar por la apariencia, habría dicho que estaba siempre acuciado del temor de que se rieran de él, y precisamente era así como se ganaba la vida: era el bufón de todo el mundo y se avenía a todo, según la clase de gente entre la cual se encontrase, tanto en el sentido físico como en el moral. Los bufones voluntarios no nos inspiran lástima.

Pero yo observé inmediatamente que aquel ser extraño, que aquel hombre ridículo, no era ningún bufón por naturaleza. Conservaba todavía cierto decoro. Su desasosiego, se eterna y enfermiza angustia, motivada por la conciencia de su ridiculez, hablaban a favor suyo. A mí me parecía más bien que su deseo de servir a un amo le nacía de su buen corazón y no se inspiraba en el cálculo de obtener ventajas materiales. Consentía de buen grado que uno se riese de él con todas veras y del modo más indiscreto, pero al mismo tiempo -yo lo hubiera jurado-, sufría, y el corazón le sangraba al pensar que sus oyentes pudiesen ser tan zafios y crueles como para reírse no solo de sus bufonadas, sino también de él mismo, de toda su humana persona. Convencido estoy de que en tales momentos comprendía claramente lo estúpido de su situación sólo que la protesta no salía de su pecho, aunque siempre se sublevase en el modo más noble.

Estoy convencido, según dije, de que en él todo procedía de la bondad de su corazón y no de inquietud alguna por los perjuicios materiales, por ejemplo, que le despidiesen noramala y le cerrasen así el bolsillo.

Porque aquel hombre siempre pedía dinero prestado; es decir, se valía de esa fórmula para pedir limosna, y cuando ya había hecho bastantes payasadas y divertido de esa suerte al público, creía haberse ganado en parte esas limosnas. Pero ¡Dios santo, cuánto dinero recogía! ¡Y qué manera de recogerlo! Jamás hubiera yo pensado que en una superficie tan exigua como el arrugado y anguloso semblante de aquel hombre pudiesen caber a la vez tantas muecas distintas, tantas expresiones raras, características, y reflejarse tantas otras penosísimas impresiones.

En aquella cara se podía contemplar todo: vergüenza e insolente descaro, iracundia, dolor del fracaso, súplica de perdón por el atrevimiento de molestarle a uno, la conciencia del propio valer y, al mismo tiempo, la conciencia plena de la propia insignificancia...; todo esto pasaba como un relámpago por aquel semblante.

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